
Hija querida:
Tu sabes que no escribo mucho, pero quiero que este sea mi homenaje y mi recuerdo para ti.
Un día llegaste muy despacio y te detuviste en el umbral de mi vida.
Te miré con seriedad, asombro y ternura sin poder creer que tanta felicidad
podía ser mía
Más adelante caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara,
aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente.
Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado
cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un
beso suavemente en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba.
-Hasta mañana papito- me dijiste.
Hoy me tengo que acostumbrar a tratarte como a una persona adulta.
Tú tienes cualidades especiales: eras legítima, pura, buena y sobretodo, sabes demostrar amor.
Aún recuerdo cuando entraba a tu habitación y encendía la lámpara con
cuidado. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu
boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un
bebé.
Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio
y dulce. No pude contener el sollozo y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y
le Agradecí a Dios por tu presencia en nuestra vida.
Te cubrí cuidadosamente y salí de la habitación.
Si Dios me escucha y te permite vivir muchos años, algún día sabrás
que los padres no somos perfectos. Pero sobre todo, ojalá te des cuenta
de que pese a todos mis errores, y que no escribo mucho, te amo más que a mi vida.
Tu
padre |